domingo, 15 de julio de 2007

Enrique

Se fue un compañero del CAP y En Lucha



«
Bien sabemos que, cuando un hombre muere cerca de nosotros
(...) en ese instante es para nosotros lo Otro para siempre»
(Maurice Blanchot)

El dos de octubre de dosmil seis, cerca de la una cuarenta y dos a.m., falleció Enrique. Algo pasó irremediablemente, no hay duda: no hay retorno de la muerte ni consuelo posible de la nada. Pero su muerte todavía pasa. Es decir, se muere, -como dice Blanchot-, y la sensación es tan fuerte que ninguna diatriba en pro o en contra del otro mundo puede superarla. Enrique está ausente en el tiempo; pero en ese otro tiempo fuera del tiempo, se muere, para siempre. Es lo más horrible, lo más doloroso. Ni siquiera hay lugar para la angustia o la desesperación. Es el fin y nada más. Y es, también, el fin que se repite eternamente para quienes lo queríamos, para nosotros, los vivos, los todavía-no-muertos. Recuerdo otra frase de Blanchot, citada por Deleuze (filósofo caro a Enrique) «(la muerte) es el abismo del presente, el tiempo sin presente con el cual no tengo relación, aquello hacia lo que no puedo arrojarme, porque en ella yo no muero, soy burlado del poder de morir; en ella se muere,no se cesa ni se acaba de morir.» Morirse, estar muerto. No hay modo de acostumbrarse a la idea de que ello fuera posible para un hermano. Es la máxima impotencia. No hay nada qué hacer frente a lo imposible. Se murió Enrique. Queda, por lo menos, denunciar este acontecimiento execrable. Que el mundo lo conozca. Que sepa que no sólo desafió su vacuidad a lo largo de toda su vida; sino también con su suerte. Que vivió intensamente y murió del mismo modo, lúcido, rebelde, hasta el final; preocupado por quienes quería, intentando interpretar alternativas posibles a los problemas, y con tiempo, todavía, para despedirse. Que resistió, siempre, hasta lo último, respirando cuando nadie apostaba que lo hiciera. No hay vara que sirva para medir su vida, no hay una historia quepueda escribirse más allá de sus fluctuaciones de intensidad. El mundo, el ruido de lo impuesto, este mundo, al que amó resistiendo, es quien debe oír, quien debe dejar de cotorrear para escuchar su interminable murmullo todavía y siempre vivo y mezclado aún y gozoso con ese cotorreo. Debe dar lugar a su voz. Enrique era Enrique, el nombre de una constelación. Era el lector siempre ávido. El intéprete de Nietzsche, de Foucault, de Deleuze, de Blanchot, de Bakunin, de Malatesta, de Vaneigem, de Proudhon, de Kropotkin, de Poe, de Artaud, de Rimbaud... El interlocutor con quien podía dialogar filosóficamente, con los tiempos del pensamiento, con sus desvíos, con sus interrupciones. El alquimista, el teósofo, el musulmán, el ateo. El emprendedor y militanteanarquista, el crítico implacable, el hacedor. El cantor, el bailarín, el payaso. El hombre de la sentencia exacta, como los diez sabios griegos. El compañero de mis desgracias y alegrías, de mis amores y desamores, de mis altas y bajas. El cinéfilo, el melómano, el ecléctico... El hombre explosivo, comprensivo... Enrique, el generoso... Toda su vida está llena de puntos luminosos. Y aunque los hechos no demuestren absolutamentenada, valga una pequeña muestra de lo que realizó en sus últimos dos años: Construyó un colectivo de trabajo que resistió a todos aquellos que estaban puestos para despotencializar; y un horno comunitario cuyo proyecto intentaron repetir algunos otros colectivos; se distanció por principios de la Federación Libertaria Argentina, sosteniendo el colectivo contra viento y marea. Cofundó, co-coordinó y co-redactó este periódico. Trabajó sin patrón, sin explotar a nadie ni ser explotado... ¿Qué decir al respecto? No me es posible mentir y decir que seguirá siempre vivo, porque no es cierto. Tampoco es cierto que esté presente como siempre lo estuvo; quizá sí lo esté de otro modo. Fallecido a los 37 años, de un cáncer extraño que lo matara en un mes, su ausencia se repetirá por siempre, como el eco de su voz, perdido en el Afuera blanchotiano, gritando, como contara, lo hiciera hace quince o dieciséis años, colgado de una reja, del lado de afuera de una ventana de un bar: -¡Déjenme salir!

Un compañero





Ellos Dicen Mierda...
La Polla Records

Mis colegas quedan tiraos por el camino
y cuántos más van a quedar
Cuánto viviremos cuánto tiempo moriremos
en esta absurda derrota sin final.
Dos semanas, tres semanas
o cuarenta mil mañanas, qué pringue
la madre de dios
Cuánto horror habrá que ver
cuántos golpes recibir,
cuánta gente tendrá que morir
La cabeza bien cuidada
o muy bien estropeada y nada
nada que agradecer
Dentro de nuestro vacío
sólo queda en pie el orgullo, por eso
seguiremos de pie.
Mogollón de gente vive trístemente
y van a morir democráticamente
y yo y yo
y yo no quiero callarme
La moral prohíbe que nadie proteste
ellos dicen mierda y nosotros amén
amén amén
amén a menudo llueve